COMBATE A MUERTE EN EL CUADRILÁTERO DE LA VIDA
"Million
Dollar Baby" ha llegado a nuestras pantallas precedida de una retahila
de premios por todo lo ancho de la geografía estadounidense y ahora
que nosotros tenemos la oportunidad de contemplar sus virtudes, será
difícil negar que todos aquellos que aplaudieron el film tuvieran razón.
Clint Eastwood se ha convertido ya en un director respetado por todos
y admirado por muchos, y película tras película demuestra una sabiduría
cinematográfica digna de pasar a la historia junto a los grandes nombres
del cine clásico.
Su último film gira en torno a la figura de Frankie Dunn, un entrenador
de boxeo que lee poesía y que dedica su vida al gimnasio donde se forman
hombres y campeones, mientras intenta olvidarse de sus pecados en compañía
de su buen amigo Scrap, un ex-boxeador que se retiró tras perder la
visión de un ojo y que ahora se ocupa de la limpieza del local. La primera
regla que Frankie suele enseñar a sus boxeadores es que en un combate
siempre deben estar alerta y protegerse, tal y cómo el hace en su vida
privada, pero la llegada al gimnasio de una chica que sueña con convertirse
en la campeona del mundo trastocará todo su universo.
No voy ni debo revelar aquí más datos sobre la trama, tan sólo decir
que la estructura del guión que se inicia de manera académica, contiene
uno de los giros argumentales más salvajes y estremecedores que recuerdo
haber visto en una película.
No es este un simple film de boxeo, es mucho más que eso, es un combate
a muerte en el cuadrilátero de la vida, una radiografía del género humano
en sus miserias, anhelos y carencias, donde el destino de los personajes
no es el de una película de Hollywood sino el de la cruda realidad.
Practicamente todo el engranaje funciona a la perfección: la maestría
de Eastwood tras la cámara y su manera de planificar e iluminar las
escenas ha alcanzado ya la marca de un estilo propio y definitivo, sin
aristas que pulir; la interpretación de los actores principales no sólo
es convincente sino que Eastwood, Swank y Freeman dotan a sus personajes
de una humanidad tan veraz como palpable; el milimétrico guión, la música,
la ambientación....
Tan sólo dos lunares en el film, la excesiva simplificación y caricaturización
de algunos de los personajes secundarios (véase la familia de la chica
boxeadora o su rival en la final del campeonato) que intentan subrayar
de manera algo burda su condición deleznable como si los espectadores
no hubiéramos podido entender el mensaje de la película con un tratamiento
más sutil de esos puntos.
Y es una verdadera lástima, porque estamos ante una gran película, pero
no ante la obra maestra que hubiera sido.
Un retrato a veces amargo, a veces divertido, a veces terrible, a veces
esperpéntico, del mundo del boxeo y por extensión de la vida, un retrato
que finalmente se torna desgarrador y sin ningún tipo de concesión,
y que coloca al cine de Eastwood en una posición de privilegio desde
su veteranía para dar lecciones de cine y de vida respecto a todos aquellos
que se burlaban de sus muecas en los "spaguetti-westerns" de Sergio
Leone, sin duda, un actor limitado que ha destapado a un director sin
límites.
U.C. (Daniel Farriol)